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Jesús y la mujer encorvada


Jesús y la mujer encorvada en la sinagoga

Jesús y la mujer encorvada

La mujer encorvada en la Biblia


Lucas 13:10-17 nos relata el encuentro de la mujer encorvada con Jesús en la sinagoga un día de  reposo, una maravillosa historia de sanidad escrita en este evangelio, pero posiblemente usted ya ha escuchado de muchas sanidades de Jesús, ¿Que hace a esta historia extraordinaria?.

En cierto modo, podríamos pensar que todas son iguales: una persona con un defecto físico, mental o espiritual viene a Jesús, y Jesús la sana. Es como si los escritores de los evangelios quisieran tomarnos de la mano y decirnos: “Venid con nosotros, déjanos mostrarte lo que hizo Jesús. mira a ese hombre; era ciego, y Jesús le devolvió la vista. Y aquí está un niño que tenía una fiebre terrible; su padre pensó que iba a morir, pero Jesús lo sanó. Y ahí va el hombre cuya mente estaba tan oscurecida que solía correr desnudo, cortándose con piedras, ahora míralo, ha sido curado, hecho un hombre completamente nuevo; ha recuperado su vida. ¿No es Jesús asombroso, maravilloso?”

Todas las historias de sanidad aparentemente son iguales, pero si lo vemos detenidamente cada historia de sanidad es única, extraordinaria y poderosa, un ejemplo claro es lo que nos dice el libro de Juan 21:25 "Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir", pero lo que esta escrito Dios lo ha dejado con un propósito, un propósito único y especial, por eso cada milagro descrito en la Biblia nos deja una enseñanza única y diferente de las otras.

La historia de la mujer encorvada nos deja claro unos puntos en los que debemos meditar:

1. Jesús ese día enseñaba en la sinagoga a la que iba la mujer encorvada
2. Era un día de reposo
3. La mujer llevaba dieciocho años enferma
4. Siempre andaba encorvada y de ninguna manera se podía enderezar 
5. Cuando Jesús la vio, la llamó. También te puede interesar nuestra pagina Mensajes Cristianos Cortos 

La enfermedad de la mujer encorvada no le impedía congregarse


El relato de la mujer encorvada comienza con la afirmación de que Jesús estaba enseñando en una sinagoga en sábado, lo que significa que había gente sentada o de pie escuchando lo que tenía que decir.

No se nos dice cuán grande era la multitud, pero si recordamos que más de 5.000 personas se habían reunido antes para escucharlo en la ladera de la montaña, podemos suponer que el edificio probablemente estaba lleno de gente.

Ahora bien, imagine que la mujer dijera no me voy a congregar por mi enfermedad, al fin y al cabo nadie lo va a notar. Es maravilloso saber que esa mujer no dejó de congregarse después de dieciocho años encorvada, aun seguía fiel, aun no perdía la esperanza, ¿Puede usted imitar a esta mujer?

Encorvada pera no derrotada


La situación de esta mujer era dura y dolorosa, no podía siquiera ver hacia arriba, no podía tener la satisfacción de estirarse y desestresarse, no podía tener un respiro de su azote y esto no es todo, su posición quizás hasta le dificultara respirar, le dificultaba dormir y hacer las actividades físicas que los demás hacían para ella era mas complicado y doloroso. ¿Esto la desanimó? la Biblia nos dice que estaba en la sinagoga a pesar de su enfermedad.

La enfermedad de esta mujer no la había hecho renunciar a su Dios, no le había robado la fe ni la esperanza, su cuerpo no podía enderezare, pero su fe jamas fue encorvada, físicamente no podía ver al cielo, pero espiritualmente veía mas de lo que muchos siendo sanos podían ver, estaba encorvada físicamente pero no estaba derrotada.

Muchos de nosotros vivimos encorvados, llevamos años cargando con enfermedades, problemas financieros, problemas matrimoniales, problemas en la crianza de los hijos, dificultades en el trabajo, conflictos y otras cosas mas que no nos dejan levantar nuestra cabeza, no nos dejan respirar y nos están fatigando cada día mas, pero, ¡No dejes de congregarte!.

Puede que el peso del pecado te impida ver hacia arriba, puede que las dificultades te causen un dolor insoportable hasta el punto de ya no querer seguir luchando, pero querido lector, Jesús esta ahí, te ha visto, sabe cuanto tiempo llevas sufriendo, conoce tu situación y sabe hasta donde puedes resistir, Jesús esta viéndote y quiere hacer algo por ti.

Jesús  sana a la mujer encorvada 


Aun así, enferma, esta mujer encorvada estaba en el mejor lugar del mundo, en la sinagoga viendo y escuchando a Jesús, sin embargo jamas se acercó para recibir un milagro.

Entonces Jesús está enseñando, quizás a miles; y mientras lo hace, ve a alguien. “Claro”, dirá usted. “Si está mirando a sus oyentes, obviamente los ve”. Pero no, no me refiero a que ve en el sentido de simplemente ver a una persona frente a él. Me refiero a que se fija en esa persona. Es una mujer y Jesús se fija en ella.

Jesús se da cuenta de ella


¿Qué significa hacerse notar? A veces es bueno hacerse notar, ¿no? A veces quieres que te noten, como cuando estás en la escuela y el maestro hace una pregunta y sabes la respuesta, estás seguro de que sabes la respuesta y levantas la mano, que es tu manera de decir: "¡Sé la respuesta, maestro! ¡Por favor, llámame!". Quieres que te noten.

O tal vez estás en el partido de béisbol y la persona que opera la cámara de televisión observa a la multitud y la gente a tu alrededor se gira hacia la cámara. ¿Qué hacen? Mueven las manos. ¿Por qué? No sé, tal vez sea solo un instinto humano el querer ser notado. “No mires hacia allá; mira hacia acá. Mírame. Préstame atención”. 

Tal vez todo sea un retroceso a cuando éramos muy pequeños y estábamos aprendiendo a hacer cosas nuevas, como atrapar una pelota o columpiarnos en un columpio por nuestra cuenta, y llamábamos a nuestros padres: “Mira, mami. Mira, papi. ¡Mírame!”. Parece haber nacido en nosotros, esta necesidad de que alguien cuya atención anhelamos nos note, nos vea, nos afirme, reconozca que somos importantes, especiales, únicos. 

Pero hay otras ocasiones en las que tú y yo no queremos que nadie nos note. Por ejemplo, vas en coche a la tienda y tu mente está ocupada con una cosa u otra, y te cruzas delante de otro conductor y le haces pisar el freno con fuerza. Casi tienes miedo de mirar por el espejo retrovisor porque temes ver un gesto poco atractivo dirigido a ti, el culpable. Desearías poder desaparecer. A veces, que alguien te note es lo último que quieres.

Pero volvamos a la historia de la mujer encorvada, en la sinagoga, mientras Jesús enseñaba se fija en esta mujer. Está encorvada, llevaba dieciocho años sufriendo esta enfermedad. Según una traducción, era un “espíritu maligno”. Otro traductor utiliza las palabras “un espíritu de debilidad”. ¿Puedes imaginarte cómo sería no poder mantenerte erguido durante dieciocho años?

En algunas enseñanzas para jóvenes que he realizado, he pedido a la mitad de los participantes que se levanten de sus sillas y se inclinen por la cintura y permanezcan así durante varios minutos, mientras que la otra mitad del grupo permanece de pie. Al principio, los que están encorvados se ríen de sí mismos y de los demás en esa extraña posición. Pero después de un minuto o dos, ya no les hace gracia. Después de otro minuto o dos, empiezan a mostrarse hostiles: “Ya basta, vamos a enderezarnos”. Después, cuando les pido que describan la experiencia, dicen cosas como: “Es difícil comunicarse, difícil oír, difícil hablar. Lo único que se puede ver son los pies de otras personas”. Al menos este pequeño ejercicio les hace apreciar mucho algo que la mayoría de nosotros damos por sentado: la capacidad de mantenernos erguidos.

Y a lo que quiero llegar es que Jesús ve a la mujer encorvada, pero luego hace algo que la mayoría de nosotros no haría: "centra su atención en ella". Tú y yo, si vemos a alguien que es evidentemente discapacitado, hacemos exactamente lo contrario: "apartamos la mirada porque no queremos ser maleducados y quedarnos mirando." Y, por supuesto, es de mala educación seguir mirando a alguien que parece diferente. Enseñamos a nuestros hijos a no hacerlo, pero esa rápida mirada a otro lado que hacemos es, a su manera, terriblemente dañina. Hace que la persona a la que miramos se sienta indigna de atención, sin valor, casi invisible. No es nuestra intención, por supuesto, pero el resultado es el mismo, tanto si lo pretendemos como si no.

Jesús está enseñando, ¿recuerdas? Y justo en medio de su enseñanza, cuando ve a la mujer encorvada, interrumpe su lección y la llama hacia sí. Eso es lo que dice el texto, lo que significa que no solo la ve, sino que centra su atención en ella, allí mismo, delante de todos, no es mera curiosidad, es interés genuino, tal es su interés que no basta con mirarla, sino que la llama, pero, ¿Para que?

Jesús ve más allá de su identidad


Ahora bien, no sé cómo se sintió ella cuando él hizo eso, pero me pregunto si no la puso muy nerviosa. Me pregunto si quería hacerse notar, esta mujer quizás hasta ya estaba acostumbrada a ser invisible, era una mujer sin nombre. Cuando la gente de su pueblo la vio venir por la calle, toda encorvada, con el cuello estirado hacia arriba tratando de ver, quizás no decían: “Ahí viene Marta o Isabel”. Decían: “Ahí viene esa pobre mujer que está toda encorvada”. Así es como se la conoce, no por su vocación o su familia. Se la conoce como la mujer lisiada, la mujer discapacitada, la que se ve diferente a las demás personas, cuya identidad está tan envuelta en su condición que no tiene otro nombre que “la mujer encorvada”. También te puede interesar leer nuestro articulo para jóvenes cristianos Descubriéndote a ti mismo

Seamos sinceros, así es como usted y yo identificamos a algunas personas: a los retrasados ​​mentales, a los desfigurados, a los borrachos, a los ex convictos. Les damos un nombre que en realidad no es un nombre, sino una etiqueta.

Y, para ser un poco más personal, ¿cómo te llamas? ¿Qué etiqueta te pone la gente? ¿Cómo te identifica la gente: niño, adolescente, soltero, divorciado, padrastro, viudo, jubilado, anciano? ¿Qué es lo que te está agobiando: tu trabajo, tus estudios, las preocupaciones por tu salud, tratar de mantener tu matrimonio unido, tratar de lidiar con la soledad, tratar de ser padre y aún así mantener tu cordura? Hay tantas formas en que la vida nos hunde y nos derrumba, nos encorva espiritual y emocionalmente, algunas veces hasta físicamente, las preocupaciones y la angustia nos tienen viendo hacia el suelo, nos hacen sentir incapaces de levantar la cabeza, ¿Te identificas con esta mujer que llevaba dieciocho años encorvada?

Jesús no solo conocía la situación física de esta mujer, sino que también conocía como estaba emocionalmente ella, la vista de Jesús siempre va mas allá de lo que pensamos, cuando Él llamo a esta mujer encorvada, ya sabia exactamente lo que le pasaba y lo que necesitaba, Jesús ya sabia como se sentía por su condición y esa fue la razón por la que fue llamada, necesitaba urgentemente de su salvador.

Al igual que con esta mujer, Dios ha puesto los ojos en ti, sabiendo exactamente no solo como te ves por fuera sino, que también sabe como eres por dentro, nuestro Dios puede ver lo que nuestros ojos naturales no alcanzar a ver, Dios sabe lo que necesitas y ahora mismo te esta llamando, ¿Cuantos años llevas sufriendo encorvado?, ¿Cuantas cosas pasan por tu mente producto de tu sufrimiento?, ¿Cuando fue la ultima vez que pudiste erguirte y lograste soñar en grande?.

Si te sientes identificado con estas breves líneas, entonces, no dejes de congregarte, Jesús llega ahí todo el tiempo, pronto posará sus ojos en ti y te verá fijamente, luego de un corto silencio te llamará y entonces, tu vida cambiará por completo.

Las secuelas de la sanidad a la mujer encorvada


Jesús ve a la mujer encorvada, la llama y le dice: «Mujer, estás libre de tu enfermedad». Le pone las manos encima, y ​​ella se pone de pie y comienza a alabar a Dios. Ahora su alabanza es libre, sin restricciones, puede alzar sus manos sin ningún dolor e incomodidad, puede respirar sin dificultad, saltar si es su deseo, puede alzar sus ojos al cielo y adorar la grandeza de su Dios, pero, ¿Que pasa después?

Recordemos que era día de reposo y el jefe de la sinagoga se enoja por lo inapropiado que es que esta curación, la religiosidad de su corazón no le permite ver que el dueño del día de reposo esta ahí,  que así como ellos desatan y dan de beber a sus animales en día de reposo así mismo Dios quiere desatar y dar de beber a sus hijos que son mas valiosos que todo lo que podamos imaginar, "Esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?"

¿Oíste el nombre que Jesús le da a la mujer encorvada? La llama “hija de Abraham”, ya no es la mujer encorvada,. Es la única persona en toda la Biblia que lleva ese nombre. Abraham, por supuesto, fue el gran padre de la fe. Fue él quien, muchos años antes, recibió la promesa de Dios de que de sus descendientes se crearía una gran nación, un pueblo a través del cual todas las naciones de la tierra serían bendecidas. Esta mujer, dice Jesús, es hija de Abraham, no es la mujer lisiada, no es una don nadie. No se la debe dejar de lado, no se le debe poner una etiqueta para mantenerla en su lugar. No, ella es una hija amada de Abraham. Ella es parte del gran plan de salvación y bendición de Dios para todo el mundo.

Cuando Jesús te ve y te llama, tu vida cambia; ya no eres el mismo, ya no tienes el mismo valor, tu vida cambia por completo, cambia tu situación, cambia tu estado de animo, cambia tu manera de verte y de pensar sobre ti mismo, todo en tu vida se endereza y vuelve a ser como Dios quiso desde el principio.

Cuando Jesús te ve


¿No es esto de Jesús demasiado? El amor brota de él, casi como si no pudiera evitarlo. No puede evitar notar a los invisibles, no puede evitar amarlos, no puede evitar curarlos. 

En el caso de la mujer encorvada, Jesús se acerca para curarla sin que se lo pidan. La ve, no ve solo lo obvio: que no puede mantenerse erguida. Ve el espíritu que ha estado manteniendo su vida encorvada. Ve la totalidad de su sufrimiento: la humillación de su dolencia, la forma en que la ha apartado en una prisión de soledad. Ve cómo otras personas miran hacia otro lado cuando ella entra en su campo de visión. Ve el dolor emocional y físico que sufre. Ve el panorama completo, ve que ella es demasiado tímida o esta demasiado asustada o demasiado desesperanzada para pedir curación.

Así como él ve las mismas cosas en cada uno de nosotros, ve en lo profundo de nuestras necesidades, ve lo que a veces ni siquiera nosotros mismos podemos ver, que nuestro enojo hacia otras personas es a menudo en realidad enojo hacia nosotros mismos, que a menudo tenemos miedo de mirar dentro de nosotros mismos porque sabemos que hay mucha basura allí con la que preferiríamos no lidiar. Él ve que la buena fachada que a veces mostramos cuando estamos en público, incluso aquí en la iglesia, es a menudo un encubrimiento de las heridas que hemos sufrido a lo largo de los años: los rechazos, las decepciones, las traiciones, los fracasos, las pérdidas, los miedos. Él ve las cosas feas dentro de nosotros: cosas feas que otros nos han hecho, cosas feas que nos hemos hecho a nosotros mismos, cosas feas que les hemos hecho a otros, cosas feas que no fueron culpa de nadie, sino que simplemente sucedieron.

Él lo ve todo y, tal como lo hizo con la mujer encorvada, nos llama hacia sí. Nos dice: "Ven aquí, ven a mí. Déjame poner mis manos sobre ti y sanarte. Déjame tomar todo lo que está torcido y retorcido en tu vida y hacerlo recto y fuerte. Déjame limpiar toda la fealdad dentro de ti. Eres un hijo de Abraham, eres hijo de Dios, eres amado sin límites, sin reservas, sin condiciones. Dios puede liberarte hoy mismo, solo acude a su llamado. Puedes leer mas en nuestra pagina Reflexiones y Sermones Cristianos.